Para Alejandro, un tipo cálido y aventurero que, encima, pinta.
Es tarde.
Como de noche.
Entonces el Señor Arébalos
tiene que pintar.
Pintar es subir y bajar,
jadear la misma desesperación
una vez y la otra.
Pintar es arrancar
los colores que tiene,
que tenía,
que tendrá la existencia
del otro lado del espejo.
Entonces, el Señor Arébalos
perfora recuerdos
Y los recuerdos sangran
como el óleo y la tinta:
derraman su gloria y su miseria
en el ímprobo lienzo y
en el papel pálido
que antes estaban muertos.
El Señor Arébalos, entonces, tenía un pincel
que ahora es una mira
telescópica.
Pero la obra es un blanco móvil.
Se escapa, se esfuma,
va corriendo de un cuadro a otro
de la historieta.
Va corriéndose
dejando ver sólo
el nacimiento de los pechos
y el cruce tortuoso e infinito
del pubis.
El Señor Arébalos y,
entonces,
la obra acorralada
entre los ojos.
La obra que resiste
el segundo acerado que
le queda,
y después se rinde.
Moebius lo palmea,
Breccia le extiende una copa
y, entonces, el Señor Arébalos gatilla
y la historia glorifica
el instante de parálisis
el instante voluptuoso
tantas veces contemplado
desde los sueños.
Entonces,
al Señor Arébalos
un Ángel le zumba en la memoria.
Marcelo Fara.
Nota: es un orgullo para mí publicar este poema que mi amigo Marcelo me dedicó en ocasión de mi primera exposición individual.
jueves, 17 de junio de 2010
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